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portado. Ras se lo dijo, y Eeva sonrió y le cogió la mano. 9
Estoy terriblemente desanimada dijo . -Y me siento tan cansada! Además, estaba muy
preocupada por ti. Si hubieras muerto...
No hacía falta que terminara la frase. Y, además, se había echado a llorar.
Ras esperó hasta que ella hubo terminado de llorar y le apretó la mano.
Tan pronto como pueda meterme dentro algo de comida estar lo bastante fuerte para
remar dijo , y después podremos volver hacia el norte.
Entonces oyeron un sonido chasqueante, débil al principio, después tan fuerte que parecía estar
directamente encima de ellos. Se tendieron de espaldas bajo un arbusto y miraron hacia arriba, atisbando
el azul del cielo por entre el verdor de las hojas. No llegaron a ver al helicóptero en ningún momento,
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pero sabían que debía estar cerca. Después de que pasara un minuto el rugido fue disminuyendo y acabó
desvaneciéndose hacia el sur.
Tendremos que esperar hasta la noche antes de intentar llegar al pantano dijo Ras . Pero aquí
podemos cazar algo; la jungla es tan densa que nos ocultar.
Eeva no pareció animarse mucho al oírle. Estaba pálida y delgada, y todo su cuerpo se estremecía
debido a los nervios y el frío de la noche, que aún no había cedido ante el sol.
La expresión de Eeva le indicó a Ras que no deseaba que la dejara sola, pero ella no dijo nada al
respecto. Sabía que necesitaban conseguir comida, y que Ras tenía más posibilidades de obtener algún
tipo de alimento que ella. Incluso en su estado actual, Ras podía desenvolverse mucho mejor que ella en
este mundo..., su mundo.
Ras le dijo que buscara insectos, roedores y pequeñas serpientes o cualquier cosa que resultara
comestible debajo de las rocas y los troncos caídos. Eeva necesitaba tener alguna ocupación mientras
Ras estaba fuera y, aparte de eso, Ras le advirtió de que no debía considerar esa tarea como una simple
forma de matar el tiempo. Era muy posible que a su regreso fuera ella quien hubiese encontrado la mayor
cantidad de comida. Eeva se estremeció y dijo que, siendo antropóloga, había comido algunas cosas
repugnantes, pero que no le habían gustado. Sin embargo, ahora tenía tanta hambre que casi estaba
dispuesta a disfrutar comiendo escarabajos y gusanos, sin cocinar y vivos..., casi. Se quedó debajo de
un árbol y le vio alejarse. Ras miró una sola vez hacia atrás, y en esa única ojeada captó todo su ser: el
cabello revuelto, amarillo y sucio, el rostro manchado con los ojos que parecían más grandes debido a
los arcos que la fatiga había pintado debajo de ellos, el torso casi desnudo y despellejado, los pantalones
medio rotos a través de los que asomaba un poco de piel blanca, un poco de piel quemada por el sol y
otro poco de piel cubierta de tierra, así como el aura de soledad y dependencia de él que la rodeaba.
Después asustó a las moscas que intentaban posarse en la herida de su cabeza y se internó en el
laberinto verde. Pero no durante mucho tiempo. Cuando apenas llevaba unos minutos comprendió
dentro de él que en este lugar no conseguiría capturar ninguna presa a no ser por casualidad. Ahora no
tenía ni las fuerzas ni la paciencia necesarias para andar buscando durante largo tiempo y, una vez que
hubiera encontrado algo, para esperar, acercarse cautelosamente y lanzarse él mismo o su cuchillo en el
último segundo. Intentó conseguir que algunos monos curiosos se aproximaran lo bastante como para
arrojarles el cuchillo, pero los monos se negaron a dejarse atraer, pese a que Ras hizo toda clase de
extravagancias y piruetas para conseguir que se acercaran.
Volvió hacia el río a través s de la jungla, y en una ocasión se detuvo unos instantes para identificar un
ruido extraño. Se dio cuenta de que era Eeva, moviéndose por entre la espesura, cerca del punto donde
la había dejado. Siguió avanzando, y acabó acuclillándose detrás de un arbusto y contemplando el barro
de la orilla del río, que bajaba en una suave pendiente hacia las aguas. De no ser porque la temporada ya
había terminado, habría ido a buscar algunos huevos de cocodrilo enterrados en el fango.
El único ser vivo que podía ver era un martín pescador posado en la rama de un árbol de la orilla
opuesta, cerca del agua.
¡Oh, mamago, mamago, mamago! dijo Ras, en voz baja y suave. Era la palabra wantso para
designar al cocodrilo, y Ras tenía la esperanza de que el martín pescador abandonara su rama para
dirigirse hacia las carnosas orejas de uno de esos animales, llevándole hasta quien había emitido la
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