[ Pobierz całość w formacie PDF ]
atraviesan la puerta... voy a enviar a todos los niños otoñonatos y sus madres al Rimero.
Con los puentes levadizos alzados es imposible tomarlo, y allí hay agua y alimentos para
quinientas personas que les durará por lo menos una fase lunar. Tiene que haber algunos
hombres con las mujeres. ¿Por qué no escoge usted a tres o cuatro de sus hombres, y
toma a todas las mujeres con sus niños y los leva allí? Deben de tener un jefe. ¿Le
parece bien este plan?
Sí, pero yo me quedaré aquí manifestó el anciano.
Muy bien, Mayor respondió Agat sin la menor entonación de protesta, impasible su
rostro áspero y cicatrizado . Por favor, escoja a los hombres que han de ir con las
mujeres y niños. Deben de irse cuanto antes. Kemper conducirá a nuestro grupo.
Yo iré con ellas declaró el anciano, exactamente en el mismo tono.
Y Agat pareció un poco desconcertado. Así que era posible desconcertarlo. Pero se
mostró de acuerdo inmediatamente. Su deferencia hacia Wold era un cortés fingimiento,
por supuesto. ¿Qué razones tenía él para mostrarse deferente con un anciano moribundo
que incluso entre su propia tribu ya no era un jefe? Pero siguió manteniendo esta actitud,
por muy tontamente que Wold le replicara. Era verdaderamente una roca. No había
muchos hombres como él.
Mi señor, mi hijo, mi igual dijo el anciano, haciendo la mueca y poniendo sus
manos sobre el hombro de Agat . Mándame donde quieres que vaya. Ya no sirvo de
nada, Todo lo que puedo hacer es morir. Vuestra roca negra parece un mal sitio para
morir; pero yo lo haré si lo deseas...
De todos modos mande que algunos hombres se queden con las mujeres dijo
Agat . Que sean resueltos para evitar que el pánico haga presa en las mujeres. Ahora
tengo que ir a la Puerta de Tierra, Mayor, ¿quiere venir?
Agat, ágil y rápido, se marchó. Apoyándose en una lanza lejosnata de metal brillante,
Wold subió lentamente las calles y escalones. Pero cuando estaba sólo a mitad de
camino tuvo que detenerse a tomar aliento, y entonces comprendió que debía regresar y
enviar a las jóvenes madres y sus críos a la isla, como Agat le había pedido. Se volvió y
empezó a bajar. Cuando vio cómo arrastraba los pies por las piedras comprendió que
debía obedecer a Agat e ir con las mujeres a la isla negra, porque aquí no haría más que
estorbar.
Las brillantes calles estaban vacías, exceptuando a algún lejosnato que de vez en
cuando pasaba apresuradamente para ir a alguna parte. Todos estaban ya preparados o
terminando sus preparativos, en sus puestos o cumpliendo su deber. Si los hombres de
los clanes de Tevar se hubieran preparado, si hubieran marchado hacia el norte para salir
al encuentro de los gaales, si hubieran mirado hacia el futuro del modo como Agat parecía
mirar... No era de extrañar que la gente llamara brujos a los lejosnatos. Pero había sido
culpa de Agat que ellos no se hubieran puesto en marcha. Había permitido que una mujer
se interpusiera entre aliados. Si él, Wold, hubiera sabido que la chica iba a hablar de
nuevo con Agat, la habría matado tras las tiendas, y habría arrojado su cuerpo al mar, y
Tevar seguiría en pie...
En ese momento ella salió por la puerta de una casa de piedra. Al ver a Wold se
detuvo.
Él se dio cuenta de que aunque ella se había atado atrás su pelo, como hacían las
mujeres casadas, seguía llevando la túnica de cuero y pantalones estampados con la flor
del día trifoliada, la marca del clan de su Linaje.
No se miraron el uno a la otra a los ojos.
Ella no habló. Wold le preguntó al final, porque lo pasado estaba pasado, y él había
llamado a Agat «hijo»:
¿Te marchas a la isla negra o te quedas aquí, parienta? Me quedo aquí, Mayor.
Agat me envía a la isla negra explico él en tono vago e irguiéndose un poco en su
rigidez mientras permanecía, allí a la fría luz del sol, con sus pieles manchadas de sangre,
apoyándose en la lanza.
Creo que Agat teme que las mujeres no quieran irse a menos que las dirija usted o
Umaksuman. Y Umaksuman se halla al frente de nuestros guerreros, que guardan la
muralla norte.
Ella había perdido toda su ligereza, su cauterizante insolencia sin objeto; ahora se
mostraba decidida y gentil. De repente él la recordó vividamente como una niña, la única
que había habido en aquellas tierras de Verano, la hija de Shakatany, la nacida en el
Verano.
Así que eres la esposa de Alterra le dijo.
Y esta idea acudiendo a su memoria y sobreponiéndose al recuerdo de ella como una
niña risueña y voluntariosa le confundió de tal modo que no oyó lo que ella le respondía.
¿Por qué no nos vamos todos los de la ciudad a la isla, si aquélla no puede ser
tomada?
No hay bastante agua, Mayor. Los gaales se vendrían a vivir a esta ciudad, y
nosotros moriríamos en aquella roca.
Él pudo ver, más allá de los tejados de la Sala de la Liga, una parte de la calzada. La
marea había subido. La marea había subido. Las olas relumbraban más allá del negro
saliente del fuerte de la isla.
Una casa construida sobre agua marina no es casa para hombres dijo con voz
fatigada . Está demasiado cercana a tierra que hay bajo el mar... Y ahora escucha,
había una cosa que yo quería decirle a Arilia..., a Agat. Aguarda. ¿Qué era? Lo he
olvidado. No sigo el hilo de mis pensamientos... Trató de recordar, pero no le vino nada
a la memoria . Bueno, no importa. Los pensamientos de los viejos son como polvo.
Adiós, hija.
Prosiguió, cojeando y arrastrando los pies, pesado, y cruzó la Plaza hasta el Thiatr,
donde ordenó a las jóvenes madres que reunieran a sus hijos y lo siguieran. Entonces
dirigió su última expedición, un rebaño de mujeres acobardadas y de niños llorosos que le
seguían, y los tres hombres jóvenes que él había escogido para que fueran con él,
atravesando la vasta y vertiginosa carretera aérea hasta aquella casa negra y terrible.
Aquel lugar estaba silencioso y hacia frío dentro. En las altas bóvedas de las
habitaciones no se oía nada más que el ruido del mar golpeando y bañando las rocas de
más abajo. Sus gentes se amontonaron confusamente en una sola y gran habitación. Le
hubiera gustado que la vieja Kerly estuviera allí, pues le habría servido de ayuda: pero ella
yacía muerta en Tevar o en los bosques. Al final, dos mujeres valerosas consiguieron que
las otras se pusieran a trabajar: hallaron grano para hacer gachas de harina de bhan,
agua y leña para hacer hervir el agua. Cuando las mujeres y los niños de los lejosnatos
vinieron con su guardia de diez hombres, las tevaranas les pudieron ofrecer comida
caliente. Ahora había quinientas o seiscientas personas en el fuerte, por lo que éste
estaba bastante lleno. El eco devolvía las voces; se veían niños por todas partes, casi
como si fuera el lado de las mujeres en una Casa de Linaje en la Ciudad de Invierno. Pero
desde las estrechas ventanas, a través de la piedra transparente que impedía el paso del
viento, se podía mirar hacia abajo hasta el agua que chorreaba en las rocas al pie del
acantilado, cuyas crestas pulverizaba el viento.
El viento estaba cambiando de dirección, y la mancha que había en el cielo se volvió
calina en su parte norte, de modo que alrededor del pequeño y pálido sol se formó un
gran círculo blancuzco: el círculo de nieve. Eso era, eso es lo que él había querido decir a
Agat. Que iba a nevar. No como un pequeño espolvoreo de sal al igual que la última vez,
sino una gran nevada invernal. La ventisca... Esta palabra, que él no había oído o dicho
durante tanto tiempo, le sonó extraña. Morir, entonces. Debía volver a través del paisaje
sombrío y constante de su juventud, debía reentrar en el mundo blanco de las tormentas.
Aún siguió junto a la ventana; pero no vio el agua ruidosa de más abajo. Estaba
[ Pobierz całość w formacie PDF ]