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mirase como a hombre raro e insigne, y así se me quedó en la memoria vuestra figura, que os he
venido a conocer por ella, aun puesto en el diferente traje en que estáis agora del en que yo os vi
entonces. No os turbéis; animaos, y no penséis que habéis llegado a un pueblo de ladrones, sino a
un asilo que os sabrá guardar y defender de todo el mundo. Mirad, yo imagino una cosa, y si es
ansí como la imagino, vos habéis topado con vuestra buena suerte en haber encontrado conmigo.
Lo que imagino es que, enamorado de Preciosa, aquella hermosa gitanica a quien hicisteis los
versos, habéis venido a buscarla, por lo que yo no os tendré en menos, sino en mucho más; que,
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aunque gitano, la esperiencia me ha mostrado adónde se estiende la poderosa fuerza de amor, y
las transformaciones que hace hacer a los que coge debajo de su jurisdición y mando. Si esto es
así, como creo que sin duda lo es, aquí está la gitanica.
 Sí, aquí está, que yo la vi anoche  dijo el mordido; razón con que Andrés quedó como difunto,
pareciéndole que había salido al cabo con la confirmación de sus sospechas . Anoche la vi  tornó
a referir el mozo , pero no me atreví a decirle quién era, porque no me convenía.
 Desa manera  dijo Andrés , vos sois el poeta que yo he dicho.
 Sí soy  replicó el mancebo ; que no lo puedo ni lo quiero negar. Quizá podía ser que donde he
pensado perderme hubiese venido a ganarme, si es que hay fidelidad en las selvas y buen acogi-
miento en los montes.
 Hayle, sin duda  respondió Andrés , y entre nosotros, los gitanos, el mayor secreto del mundo.
Con esta confianza podéis, señor, descubrirme vuestro pecho, que hallaréis en el mío lo que v
e-
réis, sin doblez alguno. La gitanilla es parienta mía, y está sujeta a lo [que] quisiere hacer della; si
la quisiéredes por esposa, yo y todos sus parientes gustaremos dello; y si por amiga, no usaremos
de ningún melindre, con tal que tengáis dineros, porque la codicia por jamás sale de nuestros ran-
chos.
 Dineros traigo  respondió el mozo : en estas mangas de camisa que traigo ceñida por el cuerpo
vienen cuatrocientos escudos de oro.
Éste fue otro susto mortal que recibió Andrés, viendo que el traer tanto dinero no era sino para
conquistar o comprar su prenda; y, con lengua ya turbada, dijo:
 Buena cantidad es ésa; no hay sino descubriros, y manos a labor, que la muchacha, que no es
nada boba, verá cuán bien le está ser vuestra.
 ¡Ay amigo!  dijo a esta sazón el mozo , quiero que sepáis que la fuerza que me ha hecho mudar
de traje no es la de amor, que vos decís, ni de desear a Preciosa, que hermosas tiene Madrid que
pueden y saben robar los corazones y rendir las almas tan bien y mejor que las más hermosas
gitanas, puesto que confieso que la hermosura de vuestra parienta a todas las que yo he visto se
aventaja. Quien me tiene en este traje, a pie y mordido de perros, no es amor, sino desgracia mía.
Con estas razones que el mozo iba diciendo, iba Andrés cobrando lo[s] espíritus perdidos, pare-
ciéndole que se encaminaban a otro paradero del que él se imaginaba; y deseoso de salir de aque-
lla confusión, volvió a reforzarle la seguridad con que podía descubrirse; y así, él prosiguió dicien-
do:
 «Yo estaba en Madrid en casa de un título, a quien servía no como a señor, sino como a pariente.
Éste tenía un hijo, único heredero suyo, el cual, así por el parentesco como por ser ambos de una
edad y de una condición misma, me trataba con familiaridad y amistad grande. Sucedió que este
caballero se enamoró de una doncella principal, a quien él escogiera de bonísima gana para su
esposa, si no tuviera la voluntad sujeta, como buen hijo, a la de sus padres, que aspiraban a casar-
le más altamente; pero, con todo eso, la servía a hurto de todos los ojos que pudieran, con las
lenguas, sacar a la plaza sus deseos; solos los míos eran testigos de sus intentos. Y una noche,
que debía de haber escogido la desgracia para el caso que ahora os diré, pasando los dos por la
puerta y calle desta señora, vimos arrimados a ella dos hombres, al parecer, de buen talle. Quiso
reconocerlos mi pariente, y apenas se encaminó hacia ellos, cuando echaron con mucha ligereza
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mano a las espadas y a dos broqueles, y se vinieron a nosotros, que hicimos lo mismo, y con igua-
les armas nos acometimos. Duró poco la pendencia, porque no duró mucho la vida de los dos con-
trarios, que, de dos estocadas que guiaron los celos de mi pariente y la defensa que yo le hacía,
las perdieron (caso estraño y pocas veces visto). Triunfando, pues, de lo que no quisiéramos, vol- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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