[ Pobierz całość w formacie PDF ]
asomaba la leona-da melena bajo los cascos de acero.
El ejército que había reunido Conan en las enloquecidas ho-ras que siguieron a su regreso a la capital
era un ejército multi-color. Había conseguido con grandes esfuerzos apartar a la enfurecida
muchedumbre de los soldados pellios que se defen-dían en los muros exteriores de Tarantia y los había
enrolado a su servicio.
Envió un correo urgente a Trocero para que regre-sara. Siendo el sur el núcleo del ejército, se
precipitó en esa di-rección, barriendo toda la región para buscar reclutas y jine-tes. Los nobles de
Tarantia y de la comarca que la rodeaba en-grosaron sus filas, y había enrolado gente en todos los
pueblos y castillos que había en el camino. Pero sólo había conseguido reunir una fuerza
insignificante comparada con la de las huestes invasoras, a pesar de la superior calidad de su acero.
Lo siguieron mil novecientos jinetes con armadura, cuyo grueso estaba compuesto por caballeros
poitanios. La infantería estaba compuesta por los restos de mercenarios y soldados pro-fesionales que
trabajaban para los nobles leales: cinco mil ar-queros y cuatro mil lanceros. Este ejército avanzaba en
orden, yendo en primer lugar los arqueros, luego los lanceros y tras ellos los caballeros, y avanzaban
todos al tiempo.
Arbanus ordenó sus filas para enfrentarse a ellos, y el ejér-cito aliado se desplazó hacia adelante como
un centelleante océano de acero. Los que observaban desde los muros de la ciudad se estremecieron al
ver la inmensa hueste, que supera-ba enormemente en potencia a los salvadores. En primer lugar
marchaban los arqueros shemitas, luego los lanceros kothios, a continuación los caballeros de
Strabonus y Amalrus con sus co-tas de malla. Lo que Arbanus intentaba era obvio: emplear a sus
hombres de a pie para barrer la infantería de Conan y abrir así una brecha para lanzar una poderosa
carga de su fuerte caba-llería.
Los shemitas empezaron a tirar a cuatrocientas yardas, y las flechas cayeron como una lluvia después
de recorrer el espacio que separaba a los dos ejércitos, y oscurecieron el sol. Los arqueros del oeste,
entrenados durante miles de a os de guerra sin cuartel contra los salvajes pictos, siguieron avanzando
impá-vidos, cerrando filas a medida que iban cayendo sus camaradas. Los doblaban varias veces en
número, y el arco shemita tenía mayor alcance, pero en cuanto a precisión los bosonios no eran
inferiores a sus enemigos, y equilibraban la pura destreza en lo que se refiere al manejo del arco con su
moral más elevada y su excelente armadura. Cuando estuvieron a la distancia correcta, arrojaron las
flechas, y los shemitas cayeron a montones. Los guerreros de barbas negras, con sus ligeras cotas de
malla, no podían soportar el castigo como los bosonios, cuya armadura era más resistente. Se
disolvieron tirando los arcos al suelo, y su huida provocó el desorden entre las filas de lanceros kothios
que los seguían.
Al faltarles el apoyo de los arqueros, estos hombres armados cayeron a cientos ante los dardos de los
bosonios y, al cargar de-sordenadamente en busca del cuerpo a cuerpo, fueron recibi-dos por las
jabalinas de los lanceros. No había infantería capaz de perturbar a los salvajes hombres de
Gunderland, cuya tierra natal, la provincia más al norte de Aquilonia, estaba a sólo un día de caballo
de las fronteras de Cimmeria a través de la fron-tera bosonia. Criados para la lucha, eran el pueblo de
raza más pura entre todos los hiborios. Los lanceros kothios, aturdidos por las bajas producidas por los
dardos, fueron destrozados y re-trocedieron en desbandada.
Strabonus rugía de furia al ver rechazada a su infantería, y or-denó a gritos que se hiciera una carga
general. Arbanus ponía objeciones, se alando que los bosonios se estaban reorganizan-do al frente de
los caballeros aquilonios, quienes habían perma-necido inmóviles sin bajar de sus corceles durante el
enfrenta-miento. El general aconsejó una retirada temporal, para hacer que los caballeros salieran de
la cobertura que les proporcio-naban los arqueros, pero Strabonus estaba loco de furia. Miró las
extensas filas relucientes de sus caballeros, contempló el pu- ado de figuras cubiertas de cota de malla
que se le oponía, y or-denó a Arbanus que diera la se al de ataque.
El general encomendó su alma a Ishtar e hizo sonar el oli-fante dorado. Con un rugido atronador, el
bosque de lanzas se puso en ristre, y la inmensa hueste arremetió, cruzando la lla-nura, cobrando cada
vez mayor impulso. Todo el llano bajo la estruendosa avalancha de pezu as, y el brillo del oro y del
ace-ro deslumbró a los que observaban desde las torres de Shamar.
Los escuadrones surcaron las desmadejadas filas de lanceros, atropellando igualmente a amigos y
enemigos, y se precipitaron bajo las ráfagas de dardos que arrojaban los bosonios. Cruza-ron el llano
con ruido atronador, resistiendo encarnizadamente la tormenta que sembraba su camino de relucientes
caballeros como si hubieran sido hojas caídas en oto o. Luego irrumpi-ría con sus monturas por entre
los bosonios, segándolos como trigo; pero la carne no podía soportar durante mucho tiempo la lluvia
de muerte que los destrozaba y rugía violentamente entre sus filas. Los arqueros seguían en pie,
inmóviles, hombro con hombro, las piernas firmes, arrojando flecha tras flecha como un solo hombre,
profiriendo breves gritos a pleno pulmón.
Toda la primera fila de caballeros desapareció y, tropezando con los blandos cuerpos de caballos y
[ Pobierz całość w formacie PDF ]